domingo, 12 de febrero de 2017

Érase una vez

No puedo dormir, me comen las ganas de empezar una nueva aventura. No puedo esperar a volver a escribir "Érase una vez...". No quiero llorar pero estoy muy nerviosa. Hoy me preparo para cerrar los ojos y volver a ver.

Mi cuaderno nuevo huele maravillosamente bien. Huele a las piedras mojadas de un camino sin mácula que atraviesa un bosque silvestre y conduce a una vieja ciudad. Su tacto es el de la tierra fría bajo la nieve, el de las flores cerradas y bañadas por el rocío, el de la corteza de los árboles más ancianos y el de un papiro que ha permanecido siglos bajo la arena del desierto. Cada página canta hermosas melodías por descifrar en idiomas que nadie ha inventado todavía y las figuras abstractas danzan de una línea a otra, tinta negra sobre el espacio del vacío, el primer violín sobre el bajo continuo. ¿Pero a qué sabe? De momento, sabe a nuevo intento, a método obsoleto, a un nuevo concepto de lo imperfecto.


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