lunes, 11 de julio de 2011

Del recuerdo, 2.

II

La luna llena gobernaba la cúpula celeste aquella velada en la mansión de madame Smith. La recepción se celebraba en honor a su primogénito, llegado recientemente del nuevo continente para desposarse con la recatada sobrina del duque McFerson, Alice, que era de todo menos recatada. Circe conocía mil hazañas que de ser sabidas por el duque serían motivo suficiente para internarla en un convento.

Alice McFerson tenía la tez blanquísima, su aspecto recordaba al de una muñeca. Una larga melena de tupidos cabellos castaños caía en cascada por su espalda, dibujando finísimos bucles decorados con pequeñas flores blancas. Sus ojos marinos escondían, con una oleada de fascinación por su futuro esposo, todas aquellas clandestinidades amorosas de las que tanto hablaba el servicio.


Reconoció a la mayoría de los invitados, no obstante, algunos se le escapaban, como el hombre gordo del tupido bigote o la mujer rubia que conversaba animadamente con tía Margueritte. Tampoco sabía quién era el elegante muchacho que provocaba, por lo visto, un sonrojo notorio y una risita tonta en su prima. Se trataba de un muchacho de no más de veintidós años, con la cabellera trigueña y las mejillas salpicadas de pecas. Su sonrisa era absolutamente encantadora, y Charlotte parecía encantada con él.

Un rato después, la multitud se había triplicado y Circe se sintió muy agobiada, por lo que se deslizó entre el gentío y salió discretamente al jardín. Una senda de losas ocre conducía a una pequeña fuente de piedra que representaba a un par de querubines jugueteando en el agua. Estaba rodeada por tres bancos de piedra justo en la linde del pequeño bosquecillos de arces y cipreses que poseía el jardín de los Smith.

Circe se miró atentamente en el reflejo del agua. Habían tardado casi tres horas en adecentarla, y lo cierto es que se sentía muy hermosa: el vestido, color lapislázuli, tenía el escote palabra de honor adornado con bordados plateados; la falda plisada tenía el color degradado hacia el añil según se acercaba a los pies, y el corsé exterior, con fondo de gasa negra, estaba decorado con motivos primaverales. Sobre los níveos brazos, un chal de seda grisácea, y en su garganta una cinta de terciopelo ceniciento con un zafiro en medio y varios brillantes colgados a diferentes alturas. Sus cabellos azabache habían sido laboriosamente colocados en un recogido, y adornados con un elegante tocado color cián. Había percibido numerosas miradas en la reunión, mas no se sentía cómoda con ellos. Al fin y al cabo, eran tan distintos...

Entonces, algo se movió entre los árboles. Circe se había sentado de espaldas al bosquecillo, y dio un respingo cuando una fría mano le tocó el hombro.

-¡Ah!-Volteó sobre sí misma para ver al dueño de la mano, y por un momento se quedó sin aliento.

-Siento haberos asustado, milady-El joven, de no más de veinti pocos, la miraba entre tímido y amable con dos perfectos ojos férreos, brillantes, en los que la muchacha vio reflejada la luna.

-¿Quién sois vos?- Se ajustó el chal y se puso en pie, desconfiada- Creo que no os he visto dentro.
-Mi nombre es Alexander O'Connel-Hizo una reverencia-. Llegué a la recepción con el tiempo justo para ver cómo os escabullíais hasta aquí.

-¿Y porqué os ha parecido más ocioso seguirme hasta aquí en vez de disfrutar de una agradable velada en sociedad?

Titubeó antes de contestar, dando vueltas a un anillo de plata en su anular:

-No me siento cómodo entre desconocidos-Sonrió. Un silencio incómodo les separó, y entonces el muchacho tomó su mano con delicadeza y preguntó:-. Y...vos sois...

-Circe. Circe Hardcastle.

Alexander besó su mano con dulzura: su boca estaba fría como la brisa que los envolvía. Con recelo, Circe retiró su mano y fijó la vista en el suelo mientras se sentaba de nuevo. El joven pidió permiso para sentarse a su lado y ella, con un ademán de la mano, concedió.

-¿Sois de Oxford?-Comentó la dama al cabo de unos minutos.

-No, soy de Bristol.

-Vaya, ¿y qué os trajo aquí?

-Negocios. Pero, decidme, ¿qué hay de vos?-Circe le miró a los ojos- Una muchacha tan hermosa aquí sola...¿Acaso vuestro esposo no os entretiene como debería?

Ella rió ante la idea de que aquel forastero la tomase por una mujer casada.

-No soy esposa de nadie.

-Entonces debe de ser mi día de suerte- Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro; Circe notó el rubor en sus mejillas y torció el gesto.

-¡Prima! ¡Prima!-Ambos vieron a la joven Charlotte corriendo hacia ellos con una gran sonrisa, blanca, luminosa. Iba envuelta en aquel conjunto salmón y beige. Circe se puso en pie y caminó hacia ella unos pasos. Su prima le cogió las manos, alterada como estaba, y continuó:- ¿Qué haces aquí fuera? No importa...¿Sabes? Madre ha dicho que mañana invitará a Daniel a casa y podrá decirme si es un candidato para mí.

-Enhorabuena, pero ¿quién es Daniel?

-Daniel Edwards, el chico más apuesto de toda Gran Bretaña-Exageró.

-¡Ah! ¿El del cabello rubio?

-¡Sí! ¿No es maravilloso?-Charlotte echó un vistazo a su alrededor- Qué raro, antes creí que hablabas con alguien...

-Ah, sí, él es...-Se volvió a ver a Alexander, quien ya no estaba allí. Se había esfumado sin hacer un solo ruido. La morena pestañeó, extrañada y sumamente confusa.-. No importa, volvamos dentro.

Un escalofrío le recorrió el sistema nervioso. Echó un último vistazo al jardín, en el que nada se movía y la oscuridad parecía imperar sobre todo. Sólo el arrullo del agua de la fuente y las lejanas voces de la fiesta distrajeron su mente lo suficiente para olvidar aquellos ojos gris plata.

2 comentarios:

  1. OH, ME ENCANTA, ME ENCANTA, ME ENCANTA.
    Em, por favor, me encanta <3 Ojalá pudiera meterme en la cabeza de todo el mundo y susurrarles a todos lo maravillosa que eres.
    Un beso,
    C.

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    1. No es necesario, creo que con tu efusividad el mundo se da por enterado. Gracias, lechuza.

      Un frío beso,

      Emily

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